Esa mujer

Javier la observa en silencio. Tira el cigarrillo y lo aplasta con el pie. Llegó la hora. No soporta un día más de sueños húmedos sin ella en su cama.

Sale de su escondite y se dirige con paso firme hacia Yolanda, la vecina del quinto. Ella rebusca en su bolso las llaves del portal y no lo oye llegar. Y él, parado detrás, aprovecha ese instante para inhalar presuroso el aroma que desprende su piel. Cierra los ojos y lo absorbe embelesado.

Yolanda lo descubre a sus espaldas y risueña espera a que aterrice de su mundo del yupi. Ese eterno adolescente enamorado la tiene frita, ya lo ha pillado varias veces espiándola, con cara de bobo y la bragueta baja.

—¡Hola Javier! —Lo saluda.

Da un respingo y responde con un tartamudeo nervioso.

—Ho. Ho. Hola…

—¿Tienes las llaves a mano? No encuentro las mías.

—Si sí, claro —y abre la puerta con torpeza.

Caminan hacia el ascensor en silencio.

—Mis padres se fueron al pueblo —suelta Javier sin venir a cuento.

—Que bien.

—Y había pensado que tal vez te apetecía tomar algo.

Yolanda no puede reprimir una sonrisilla. El nivel de insolencia que tiene le resulta divertido.

—¿Quieres que suba a tu casa ahora que no están tus padres, sinvergüenza?

Intenta mantener el rictus serio mientras por dentro se descojona del mal rato que está pasando el chaval. Javier ha empezado a sudar y no sabe cómo excusarse.

—No pienses mal Yolanda. Es que…verás…tengo un problemilla con una de las asignaturas de la universidad…y me preguntaba que quizás, como eres profesora de…

—¿Qué necesitas? —lo interrumpe.

—Lo de las lenguas no lo llevo bien. ¿Me ayudas con la gramática? —inventa poniendo cara de pena. Esa técnica nunca falla en las mujeres. Se lo dijo Damián, el chulo del gimnasio, que las tiene a todas rendidas.

—Pero mejor en mi casa, listillo. Te espero a las siete. Y sé puntual —enfatiza.

¡Toma! Esta respuesta no la esperaba, Javier.

Llegan a la quinta planta, Yolanda baja rebuscando una vez más las llaves en su bolso y él dice con una sonrisa:

—Llevaré un vino para la cena, mi padre no lo echará en falta.

Y la deja así, con la palabra en la boca mientras la puerta del ascensor se cierra en su cara.

¿Cómo es tan descarado?

No puede dejar de pensar en ese imberbe vecinito que la ha engatusado. Se siente estúpida, pero todo ese jueguecito que Javier se trae entre manos le gusta demasiado. Es ágil el cabrón, siempre consigue dar vuelta a la tortilla muy rápido.

Así que quieres jugar, ¿no? Pues juguemos, capullo.

El timbre suena a las siete en punto y abre con ímpetu, dispuesta a provocar como mínimo unos minutos de sofocos, nerviosismo y tembleque a su querido invitado. Dicho y hecho. Sabía que ese diminuto vestido blanco y sin ropa interior lo dejaría con la boca abierta y sudando a mares.

A ver quién ríe último…

A esa mujer le gusta dominar la situación.

—Pasa, no te cortes —dice con ironía.

—Hola Yolanda. Traje el vino —balbucea mientras se lo entrega con el rostro rojo como un tomate—, y los apuntes también —agrega con expresión de niño bueno.

—No hace falta Javier, tú y yo no vamos a cenar, así que lo puedes devolver a la bodega de tu padre.

—Bueno, no sé tú, pero a mí me entra hambre estudiando.

Ya está, otra vez poniendo esa expresión de corderito degollado.

Pero quién será el gilipollas que aconseja a este chaval.

Y no puede evitar sonreír. Es gracioso el jodido.

—Pues deberías haber traído comida entonces.

—Voy un momento a por pizzas. Creo que hay alguna en el congelador —contesta feliz.

¿Eres idiota, Yolanda?

—Déjalo, tengo un par de ensaladas en la nevera.

Invita a Javier a tomar asiento.

Él saca sus cuadernos simulando a la perfección el papel de estudiante aplicado y comienza con las preguntas típicas de quién intenta parecer el burro de clase. Cuestiones básicas que, para alguien con ese dominio del lenguaje, es imposible creer que no las sepa.

A mí no me engañas chiquitín, eres más listo de lo que pareces.

Pasaron una hora entretenidos. Ella siguiendo su juego de burro sin remedio. Y él disimulando con mucho esfuerzo la erección contenida.

Javier quiere arrancar ese vestido con los dientes y empotrarla con urgencia. Su polla pide a gritos penetrarla.

Y ella lo provoca sin compasión. Acentúa con intención la postura recta en la silla para erguir sus pechos generosos. Los pezones parecen que van a explotar detrás de la fina tela.

—¿Paramos un ratito? —suplica agobiado.

—Si, claro. ¿Te encuentras bien?

—Estoy un poco mareado. Este calor del infierno, supongo —exagera llevándose las manos a la cabeza.

—Ven, recuéstate un ratito en el sofá. Te traeré un vaso de agua con hielo.

Ella lo ayuda a levantarse y Javier aprovecha la oportunidad para mover ficha. Disimula un traspié y la coje de la cintura.

Pero que coño…

—Perdona —susurra.

Hay una conexión. Se respira en el ambiente.

Tenerla tan cerca provoca que le plante un impulsivo beso en los labios. Cierra los ojos y espera el guantazo.

Nada.

Abre un ojo y su vecina continúa allí, inmóvil.

¡Pero qué coño!…

Aprieta su cintura y la atrae con fuerza. La besa suave y vuelve a cerrar los ojos.

Sigue sin reaccionar.

¡Ahora sí! ¡Cómeme el coño, cabrón!

Yolanda lo empuja con fuerza, y Javier cae de espaldas en el sofá. La cara de sorpresa del joven es un poema. Esperaba el bofetón, pero ¿esto?

Sin mediar palabra se sienta a horcajadas sobre él. Y comienza a friccionar el pubis sobre su polla. Él se queda de piedra. Solo siente su gordo pene a punto de explotar dentro de los pantalones. Intenta liberarlo con manos torpes, pero ella lo detiene y se pone en pie de repente.

Ordena a Alexa que ponga una canción. El rock del gato.

 

Tiene ganas de jugar, y quiere que esa inexperta polla le realice el mejor streaptease. Ya se ha montado una película con ese pequeño instrumento de placer.

Se arrodilla delante de Javier, mira su paquete y dice:

—Hola pequeño Javi, te ordeno que bailes para mí. Mami promete ser muy buena.

Javier no entiende que puta está pasando, ella le habla a su polla como si él no existiera, pero decide quedarse quieto.

Al ritmo de la música, Yolanda comienza a bajar la cremallera y un bulto húmedo se percibe detrás de unos calzoncillos manchados por un incipiente líquido preseminal. Está muy excitado y ella se relame, deseando degustar ese sabor amargo.

Contonea las caderas mientras baja los pantalones, y luego comienza a mordisquear suavemente la polla a través de un fino algodón cada vez más mojado.

Javier está rogando que le quite los calzoncillos de una vez y se la coma enterita. Su mirada lo pide a gritos. Una buena mamada.

Pero que básicos sois…

Con su cara de vicio coloca las manos sobre el “pequeño Javi” y comienza a acariciar con suavidad. Juega amorosa con esa forma voluminosa.

Disfrutan de cada segundo.

Yolanda se muerde la parte inferior del labio, excitada.

Javier desea que se la chupe como un loco.

Esa calma lo hace sufrir de placer, e intenta volver a liberar su polla. Ella lo detiene otra vez, se quita el lazo del pelo y con mucha delicadeza junta sus manos y las anuda en un gesto simbólico. Aunque él pueda deshacerse de ese amarre sabe que tiene prohibido hacerlo.

—A partir de ahora calladito y sin moverte —le ordena en un susurro.

Él asiente con la cabeza.

Yolanda se coloca de espaldas y se levanta el vestido dejando el culo a la altura del rostro de un aturdido aprendiz de amante. Se pone a horcajadas sobre él y comienza a restregarlo en el “pequeño Javi”. Acompasa el movimiento pélvico al ritmo de la música, y de repente comienza a deslizar un tirante del vestido hacia abajo, y luego el otro. Deja sus pechos al aire, que botan majestuosos. La visión de Javier solo le permite observar un gran culo danzar y una espalda desnuda con el vestido arrugado en la cintura. Él se quita el lazo e intenta coger sus tetas por detrás, y ella aparta esas manos, se gira con brusquedad y lo abofetea con fuerza. Esta reacción lo paraliza y lo pone más cachondo. No puede dejar de mirar esos pechos, por fin. Que tetazas tenía, eran enormes. Extiende sus manos, sumiso, y Yolanda vuelve a maniatarlo.

Esta vez se abalanza furiosa sobre su polla y la libera de súbito, sin preámbulos. Él está nervioso. Y ella se la agarra y empieza a meneársela con movimientos lentos y acompasados. Aprieta el tronco con firmeza y lo estrangula con una fuerza magistral, desde la base hasta rozar la punta del capullo húmedo, muy húmedo.

Javier deja escapar un gemido de placer. La tiene muy dura y se está volviendo realmente loco con aquella paja. Había deseado muchas veces ese momento. Quería que no se acabara, quería follarla, quería demostrarle que no era un crío, quería utilizar sus manos, quería recorrerla con la lengua, quería…

Cierra los ojos e inclina la cabeza hacia atrás, intentando retener la eyaculación. Yolanda detecta al instante ese gesto de abandono y se la suelta.

—Todavía, no —le ordena.

—Uf —resopla con un gesto de dolor.

Era la paja más increíble de su vida, no sabía cuánto tiempo más podría aguantar.

Ella vuelve a arrodillarse frente a él, coge sus pechos y envuelve la polla con ellos, la aprieta fuerte y comienza a subir y bajar. Siente como la piel del pene se desliza arriba y abajo, y como el líquido preseminal comienza a inundar el canalillo. Olfatea con éxtasis ese olor a sexo que llena la habitación y descarga con intención el peso de sus pechos en los huevos. Es la primera vez que Javier recibe tan placenteros golpes, lo está matando de goce.

Después de jugar un rato, Yolanda suelta sus tetas, se incorpora y mete una de sus manos debajo del cojín del sofá. Saca un satisfayer, y sin pedir permiso lo introduce en la boca a Javier, quien comienza a lamerlo con la mirada clavada en ella. No hacen falta palabras, su cara de puta se lo dice todo. Y él solo obedece, quiere ser su eterno esclavo. Chupa ese juguete como si fuera el coño de su vecina, y lo llena de saliva, lo escupe, lo envuelve con la lengua, lo succiona como si no hubiera un mañana. Está muy excitado.

De repente, se lo quita, se inclina despacio sobre el “pequeño Javi” y de un bocado se lo introduce enterito en la boca, hasta la garganta. Javier da un respingo de sorpresa. Es la perra más guarra que jamás imaginó. Con una mano coge el tronco del pene y acompaña el sube y baja de sus labios. Mano y boca van unidas, al compás. Y con la otra enciende el satisfayer en la mínima potencia, y comienza a frotarlo suavemente en el perineo. Esa pequeña zona entre los testículos y el ano que lo llevará a la gloria.

Javier se siente flotar, no puede creer que esté viviendo una experiencia así. Esa vibración está provocando un gran éxtasis, al punto del descontrol. Con cada presión que ejecuta, su cuerpo reacciona instintivamente. Es como una electricidad de placer que sube desde sus huevos, recorre la columna vertebral y acaba en su garganta a través de fuertes gemidos. Es una sensación completamente animal. No piensa. Tan solo se deja llevar por instintos salvajes que está descubriendo. Chilla y gime sin importarle que las ventanas estén abiertas, o de que medio vecindario se esté enterando de ese polvo. Siente su polla palpitante en la boca de Yolanda, y ya no puede retener más la leche. Y ella, como zorra vieja en cuestiones de cama, se la saca justo a tiempo para que acabe en su rostro y en sus tetas.

Él jadea con intensidad, y ella deja que poco a poco vaya recuperando la respiración.

Sin prisas se limpia con una toalla, se quita el vestido, se dirige con paso felino a la habitación, y sin mirar atrás le dice:

—Es tu turno.

Javier se incorpora con un gesto de preocupación mientras observa ese culo contonearse. Sabe que jamás estará a su altura.

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