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Decisiones

La oscuridad lo envuelve todo, y mis pasos retumban sepulcrales en el estrecho callejón. Sé que Marcos saldrá a fumar en cualquier momento, así que no tengo mucho tiempo para sorprenderlo. Apuro el ritmo y me escondo detrás de unas cajas, espero un rato, miro el teléfono y no hay respuesta. Nuestro último encuentro fue frío y distante, pero eso no le da derecho a ignorarme.

Quieto e impaciente observo una figura acercarse, camina sin sacar las manos de los bolsillos y decidido se detiene delante de la puerta de la trastienda del local, que se abre. La mirada del desconocido choca con la de Marcos y ambos, sin decir palabra, se acercan lentamente hasta fundirse en un apasionado beso. La imagen me paraliza, mientras ellos continúan frotándose con descaro.

Nunca imaginé que el corazón podía doler de esta manera. Después de tantos amores y desamores la punzada llega fulminante, la misma que no me deja reaccionar. Ni siquiera puedo apartar la mirada de la fogosa escena que disfrutan los amantes. Cada caricia queda grabada en mis retinas.

Mi novio lo arrastra hacia un discreto rincón, y sin despegar sus labios, comienza a bajarle la cremallera del pantalón; muy despacio, inicia el descenso hacia el duro bulto que lucha por escapar del ajustado boxer. El otro, excitado y jadeante, se deja lamer el erecto pene, liberado por fin con ímpetu. Se lo chupa con dulzura, le da pequeños mordisquitos que el amante recibe con suspiros de placer, intentando contener los gemidos que se le escapan en la silenciosa noche.

No puedo apartar la mirada, hipnotizado por ese encuentro clandestino y morboso que comienza a resquebrajar la entereza que el asombro aún mantiene intacta. Una parte de mí pide a gritos salir corriendo, y la otra me anima a golpear al infiel, golpearlo hasta que la rabia se desvanezca. Imagino ese momento mientras ellos continúan haciendo el amor a escondidas. Visualizo a Marcos sangrante y malherido implorando perdón. Yo, imponente sobre su maltrecha figura riendo a carcajadas, disfrutando con su dolor.

Pero la realidad es que él se apoya contra la pared, se inclina, dejando su carnoso culo en pompa, abierto, para que el otro lo penetre. Veo como le introduce el gran falo poco a poco, y luego, como empieza a bombear aumentando el ritmo con rudeza al son del paso del tren, quien con su traqueteo ruidoso se transforma en cómplice directo ahogando los chillidos del traidor.

—¿Cuándo fue que me dejaste de amar? —pregunto. Interrumpiendo sin querer el tan buscado orgasmo.

La confusión y el espanto se adueñan de sus rostros. Ellos bajan la mirada, suben con rapidez sus pantalones, y Marcos intenta balbucear algún tipo de explicación. No consigue decir algo coherente, solo se limita a repetir que lo nuestro ya no funcionaba.

Sonrío con tristeza, quiero parecer imperturbable ante sus palabras, pero lo amo tanto que solo hay espacio para la decepción y el sufrimiento, ahora no caben máscaras de fortaleza. Doy media vuelta y respiro el frío aire nocturno, en busca de esa bocanada de calma que mi alma necesita para mantenerme impasible, para no cometer una locura y para escapar de allí antes que mi orgullo agonizante reclame venganza.

Tiro la caja de bombones y lo dejo con su amante, lo dejo avergonzado, lo dejo arrepentido (me lo dice su mirada), lo dejo sin mirar atrás…

LO DEJO.

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