No todo vale en el amor. No siempre es un sentimiento bondadoso, ni construye, ni es la causa final de cualquier ser que busque en él la coronación a una vida por la que ha valido la pena sacrificarse.
El amor, el puto amor de los cojones.
¡Harta me tiene!
Cuarenta y seis años, otro tachón en mi lista de rupturas amorosas, y la incertidumbre de hacia dónde dirigiré mi vida sentimental me tienen absorta en una nube de confusión. ¿Cómo coño lo hacéis? ¿Cómo conseguís esa impermeabilidad a los fracasos? ¿Por qué vosotros sí, y yo no? Supongo que tendré que escarbar hondo para encontrar sinceras respuestas, pero no sé si me apetece descubrirlas. Aun así, soy de las que no se rinden, y aunque la alineación de los astros haya decidido jugar en mi contra en cuestiones del querer, juro por las santas putas del Puerto de San Bartolomé que jamás mi corazón permanecerá virgen dentro de un cubo de hielo. Lo prefiero mil veces herido, mil veces sangrando, pero vivo.
¡Joder Luci! Que asco de cursilería lo del corazón herido jajaja
¡Calla, hostia! Mierdas de voces que no me dejan llorar en paz.
En fin, a lo que iba, que esto de gestionar las rupturas se me da de maravilla y tengo una técnica infalible. Y si a eso le sumamos, además, los años y la experiencia acumulada, cada vez que ocurre la perfección se acerca a la cúspide. Es tan simple que acojona, pero os la comparto por pura generosidad, altruismo, benevolencia…
¡Y una mierda!
No te escuchooo…
Consiste en cortar por lo sano, ni más ni menos. Si algo no funciona, chau, a otra cosa mariposa, sin despedidas dramáticas ni leches. Nada de llantos, ni insultos, ni montar el numerito.
Miente. Va de superada, pero lleva veinticuatro horas llorando.
¡Oye!
Es verdad, pero juro que delante de él no he derramado ni una lágrima. No voy a negar lo evidente en alguien tan emocional como esta servidora. Sin embargo, si hay algo que he aprendido en esta vida es a tener dignidad y a respetar ese no se qué interior, profundo, intrínseco, propio de cada uno, y que merece la mayor ternura en momentos así.
Cuando la “tragedia” hace acto de presencia surgen caricias y palabras bonitas hacia esa Luci abatida. Me quiero más que nunca, y no demuestro flaqueza hacia quien me ha hundido en la desolación. Esa coraza permanece el tiempo suficiente para proteger la integridad de mi alma y defender el valor que la otra persona no ha sabido reconocer.
Basta de tanto bla, bla, bla y continúa con lo del follet…
¡Chist! ¡Silencio!
Y bueno, ya sé que un clavo no saca otro clavo, pero esta es una terapia que vale la pena probar. Os animo a degustar todos sus beneficios en vuestra próxima ruptura. Porque (antes o después) vais a romper. ¿Lo sabéis no?
BUUAJAJAJAJAJAJA (cara de bruja malvada frotándose las manos).
Para empezar y el punto más importante es que tenéis que olvidaros de crear un vínculo con el clavo sustituto. Hacedlo sin remordimientos, que esos pobres diablos son muy conscientes de nuestra fragilidad emocional y solo aparecen para echar un polvo rabioso y de los buenos, de esos que solo una mujer enfadada ofrece.
Son revolcones intensos en los que nos reencontramos con una nueva polla y en los que la diosa dormida (después de tanta rutina) resurge furiosa y empoderada. De esos que te dejan agujetas, salvajes, rudos, épicos, donde los pechos botan con fuerza en cada embestida. Y de esos en los que te humedeces con la sola idea de sentirte deseada por una mirada diferente.
Así que disfrutad sin culpa, no son víctimas, son beneficiarios colaterales.
Segundo. No hace falta que sea un único clavo sanador, podéis tener una plantilla. Abriros a experimentar y a descubrir tamaños, formas, texturas, posturas. Quitaros de la cabeza ideas de princesas mancilladas. En esta etapa seremos putas, pero putas bien putas. Nos transformaremos en ese tipo de mujer que ellos desean, pero no tienen los huevos de conquistar. Utilizaremos sus cuerpos sin clemencia y con vehemencia, los dejaremos exhaustos, enamorados e hinchados de gozo.
Creedme. Ver esos rostros rotos de placer y esos gestos pre coito deliciosamente desfigurados, son el mejor chute de energía.
Insisto. Fuera culpas. Tenemos todo el derecho a ser las peores mierdas.
Y tercero. Comprad un succionador de clítoris y que no os falten botellas de alcohol. Son los compañeros perfectos para esos días en los que no nos apetece socializar y la catarsis se apodera cual demonio desquiciado.
Fin. Sin prisas, tomaros el tiempo que haga falta. Cura asegurada, así de fácil.
Tontorrona, no te guardes lo mejor. Explícaselos.
Cuando me hablas así…
¡Venga, va! Resultado final: hasta aquí todo bien, los clavos sustitutos habrán tenido los mejores polvos de su vida y nosotras habremos recuperado la entereza, la autoestima y el amor propio, sin compromisos ni complicaciones.
Pero pasado ese período de descontrol, locura y caos sexual liberador, empezaremos a notar como desaparece el vacío doloroso que nos apretujaba el estómago, para dar paso a una mujer más amable. Algo extraño se moverá en nuestras entrañas y comenzaremos a sentir cariño por los clavos de repuesto.
Y entonces, una necesidad de querer bailar surgirá. Impaciente y complaciente. Y ya no solo querremos domesticar la esencia masculina ni sodomizar culitos vírgenes, sino que sentiremos el ritmo de una nueva melodía, donde el sexo danzará sin furia. Tendrá un compás armónico, diferente, y la complicidad guiará a ambos cuerpos en una conexión sin precedentes.
Así es como ellos nos adorarán cual virgen pura, fresca, viva e inalcanzable. Estarán a nuestra disposición, sumisos y felices. Y nosotras, después de muchos meses, miraremos por primera vez a los ojos del clavo cómplice y descubriremos, en ese reflejo, que ha llegado el momento de decir adiós.
Aquí, la antesala a la recuperación absoluta.
Iniciaremos a partir de ese momento una fase tranquila, llena de caricias para el alma, copitas de vino y conjuros a la luz de la luna. Paseos por el bosque y atardeceres en la playa. Soledad, música y tacones rojos con andares de seducción hacia citas invisibles. Encuentros inesperados con una misma, llenos de amor, comprensión y perdón.
Y cuando la revolución de querernos y sentirnos auténticas haya ganado la batalla a la tristeza, sabremos que estamos preparadas para empezar un nuevo ciclo. Sin cargas, ligeras, libres…
Volveremos a ser principiantes, con sueños de futuro e ilusionadas con esa ridícula apuesta sin sentido llamada amor. Al fin y al cabo, la naturaleza humana es así, siempre dispuesta a tropezar mil veces con la misma piedra a cambio de un punto de partida apasionado, pero efímero.
Cambiar el final de la nueva historia solo dependerá de nosotras, de nuestro esfuerzo y sacrificio. De un compromiso verdadero que será señal inequívoca de que habremos evolucionado en estos intrincados caminos del querer.
Todos nos merecemos un final feliz.
Nota: Hombres, os adoro. Vuestras imperfecciones me deslumbran y no podría vivir sin ninguna de ellas. Lloro, río, disfruto, os detesto, nos revolcamos, nos destruimos, renacemos y volvemos a empezar. Os amo a veces y os odio otras, pero aún así, volvería a repetir cada experiencia. Gracias.
¿Preparados para una Luci más sexy y con ganas de revancha? jejeje
Buff…me encanta, el relato con sus consejos. La lucha, mirando al corazón, para ser más feliz , no tiene barreras.
Te mereces lo mejor y llegará. A mi me rompieron el corazón y le eché cojones para volver a amar sin miedo…y lo conseguí. Muchas gracias por compartir.
Gracias a ti José Antonio. Enfrentarnos sin miedo a los desamores es necesario para construir un nuevo amor sin cargas y sano. Todos nos merecemos lo mejor, y estoy convencida que lo conseguiré, como tú. Un fuerte abrazo!¡