Me fui al bar, tomé un par de cervezas, apunté en la libreta la estrategia diseñada para conseguir la libertad financiera y volví a casa tan tranquila, feliz y pletórica por mis brillantes ideas.
“Esta vez lo harás de puta madre, Luci”, repetía como un mantra.
Encendí el ordenador, abrí el Trading View y me sentí excitada. Aquel gráfico era precioso. Pollas volando hasta los cielos del ATH, pollas cayendo para ensartar al más listillo, pollas de todos los tamaños, con colorines y moviéndose juguetonas entre tendencias. Nada podía salir mal.
Llamé extasiada a mi hija con una sonrisa de oreja a oreja y le expliqué todo el plan.
De un tirón y casi sin respirar saqué toda la magia en esta verborrea que tanto me caracteriza. Y sí, la convencí. Pobrecilla. Aisha siempre ve en mis disparates las mejores soluciones. Confía plenamente en las locuras de su madre.
Así que sin perder tiempo nos pusimos manos a la obra.
Primer paso: vender la caravana de la montaña donde pasábamos los veranos. Con ese dinero obtendríamos un pequeño capital para empezar a invertir.
Segundo paso: vender mi coche y comprar una furgoneta para trabajar como autónoma en Amazon (jajajaja, putas ideas).
Tercer paso: Estudiar a tope para dominar todos los entresijos del mundo financiero.
Publicamos los anuncios y ¡zas!, las dos cosas se vendieron enseguida (después de una pandemia y estar encerrados era normal, todo el mundo quería escapar).
Motivadas al cien por cien nos dedicamos a analizar el mercado de todas las formas posibles, seducidas por conceptos sofisticados y economistas prestigiosos.
Deambulamos por tutoriales en youtube y pusimos en práctica esas enseñanzas sobre como abrir una wallet, como hacer transferencias a Binance, o como utilizar estrategias facilísimas y milagrosas para ganar dinero rápido.
Las horas de lecturas eran infinitas. Libros, blogs, pdf. ¡De todo!
Y como Aisha es la lista con los números se apuntó a un curso online.
En cuatro meses teníamos que ser unas expertas para vivir del trading (jajajajajajajaja, otra reputísima idea).
Hasta aquí todo bien. Seguíamos los pasos al pie de la letra.
Peeeeerooooo…
Apareció ella. Fue amor a primera vista, y lo siento, intento escapar de esos amores fugaces y dañinos, pero estos putos sentimientos siempre me doblegan.
La cuestión es que había contactado con un vendedor para ir a ver una Reanult Kangoo. Reunía las características que buscaba y, sobre todo, estaba dentro de mi presupuesto. Así que me puse una minifalda, un escote generoso y me dirigí hacia Barcelona dispuesta a conseguir una rebaja.
Allí estoy, de pie frente al concesionario de coches.
Y pisando fuerte entro contoneando mis caderas.
Cuando quiero soy la Puta Ama, ¡joder!
Se acerca el comercial con una sonrisa. Me mira las tetas. Extiende su brazo y estrechamos nuestras manos en un saludo formal. Me mira las tetas. Carraspea y me explica asuntos técnicos de la furgoneta. Me mira las tetas. Sudoroso me la señala y me da paso para ir a verla. Me mira el culo.
¡Toomaaa! ¡Ya lo tienes en el bote, Luci!
Y en ese momento la veo en un rincón, solita y abandonada. No sé cómo explicarlo, pero supe que era ella.
A partir de allí todo cambió.
Regresé a casa con una vieja furgoneta de coleccionista que nada tenía que ver con mis objetivos a corto plazo, y una cita para el sábado. Estaba bueno el cabrón.
Por cierto, diré a mi favor que por lo menos conseguí un descuento en el precio.
La cara de los míos cuando me vieron aparecer fue un poema. Mis hermanos se llevaron las manos a la cabeza y solo se limitaron a disimular y callar para no soltar el famoso, “Sos un pato criollo” (típica frase argentina cuando te mandás una cagada).
Pero vamos, que se los leí en la mirada.
Con sonrisas forzadas e intentando no herir mis sentimientos (saben que soy de llanto flojo) me devolvieron a la realidad con una simple pregunta.
—¿Y ahora con que vas a trabajar?
¡Mierda!
—Pues trabajaré en Correos— contesto mirando de reojo a mi sobrino en plan, “enchúfame Fran”.
Como veis, nunca me faltan respuestas. Aunque la cagada haya sido muy grande, mi capacidad de supervivencia es infinita.
¿Quién dijo miedo al mercado?
Se avecinaban otras hostias, pero estas de verdad. De las que te dejan el cuerpo amoratado y dolorido.
“Pues te jodes, guapa”.
¿Os cuento como aprendí a conducir una moto?
¡No os riais capullos!
En el próximo post esa anécdota al completo.
Nota: Que me quiten lo bailado en mi furgoneta. Escapadas de fines de semana con mis hijas y, ¡sí! ¡Se folla de maravilla!