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El espejo

El ambiente es limpio y la estancia está impoluta. En un rincón hay un joven recostado, observa como el negro se folla a una guiri rubia. En el otro extremo una pareja se insulta mientras ella a horcajadas galopa con furia. Sus pechos botan con fuerza y él se los coge, los aprieta, saliva, los desea como el caramelo que se le niega a un niño.

La música es sensual, la iluminación nos regala un juego de sombras excitante y todos ellos nos dan la bienvenida con la mirada. Mi amante y yo nos acomodamos en el centro de un aposento inundado de movimientos que danzan al compás de gemidos que se ahogan en placer.

Un roce de piel, un simple roce de piel. El punto de partida perfecto hacia las profundidades de la fruición.

—Puedes jugar con quien quieras, de la forma que quieras. Te observaré disfrutar. Pero solo te penetro yo —me dijo Mario antes de entrar al club swinger. Fue nuestro pacto.

La delicadeza define a mi compañero de aventuras, así que me abre las piernas con una suavidad exquisita y su lengua comienza a hurgar en mi coño húmedo. Posee una destreza sublime y mi cuerpo se contorsiona ante cada lamida. Cojo su cabeza entre mis manos, tiro de sus cabellos, cierro los ojos y me pierdo en el tiempo de un cunnilingus eterno.

Reacciono con espasmos ante una succión de clítoris magistral, me retuerzo sin control, y atraída por una fuerza misteriosa giro la cabeza hacia la esquina de la habitación. La rubia está de pie, fundida en un apasionado beso con el chico que la observaba follar con el negro, y él, el negro, me mira fijamente tocándose la polla con una nueva erección entre manos. Es joven, con un cuerpo atlético y un miembro poderoso. Esa imagen me excita aún más. Comienza a acercarse, felino, y se posiciona a mi lado. Listo para atacar. Tiene una piel perfecta y unos labios gruesos que son la tentación más abrumadora. Coloca su mano sobre mi hombro, señal de que quiere unirse al juego. No rechazo ese gesto y asiento con un imperceptible movimiento de cabeza.

A partir de ese momento me abandono a las caricias de este hombre de ancestros salvajes. Unos dedos toscos pero certeros comienzan a jugar con mis pezones mientras una de mis manos coge una polla gruesa y dura.

Lo masturbo con vehemencia y él exhala respiraciones ahogadas, reteniendo el aliento ante cada fricción. Mario levanta la mirada y descubre al nuevo integrante, nos observa con sorpresa y comienza a acompasar su lengua, marcando el ritmo con una fluidez deliciosa.

Siento que voy a explotar de placer. No quiero que acabe este encuentro improvisado.

En una reacción de instinto animal el negro se incorpora, se pone a cuatro patas y hunde su cabeza entre mis pechos. Me escupe uno y lo introduce en su boca. Yo vuelvo a coger su verga, que ahora está colgando en la nueva posición. El espejo que hay en el techo me regala una imagen digna del segundo círculo del infierno de Dante, lujuria y sexo voraz.

Tres cuerpos fundidos, danzando con una sincronicidad sobrenatural.

La estampa que observo es la mejor obra de arte creada por esta artista en decadencia. Dos hombres arrodillados, sumisos, concentrados en la labor de suministrar gozo a esta reina. Lo veo en sus ojos, lo veo en ese reflejo.

La excitación me lleva a niveles incontrolados y necesito una penetración urgente. Mario nota mi euforia e introduce sus dedos dentro de mi vagina a la vez que sigue succionando. Pero yo no quiero eso, y así se lo hago saber con un toque en su frente. Nos miramos, nos leemos, nos conocemos tanto que sabe lo que deseo, y sus ojos me responden con un “No” rotundo.

Se incorpora con actitud macho alfa, coge un condón y quita el envoltorio con los dientes. Se lo coloca sin prisas mientras observa como masturbo al negro.

Este trío está llegando a su fin sin mi final feliz. Bajo la intensidad en el movimiento de mi mano y el morenazo deja de sobar mis tetas. Me mira, nos mira y capta el mensaje. Sin decir palabra quita sus manos de mi cuerpo y se aleja a una distancia prudencial, desea correrse también. Mario me penetra con fuerza, marcando territorio, fue nuestro pacto. Estoy tan cachonda que lo cojo del culo y lo obligo a darme más duro. Él me levanta la cadera y coloca una almohada debajo. Me acomoda sobre ella y pone mis piernas sobre sus hombros. Sujeta mi trasero y eleva mi pelvis. Está buscando el ángulo perfecto. Es el puto amo. Ahora sí las embestidas son más profundas y salvajes. Sudamos, gemimos y nos amamos en ese instante de éxtasis.

Un amor tan efímero como auténtico.

Observo al negro a través del espejo. Nuestras miradas se vuelven a cruzar. Nos desafiamos, nos deseamos con un ardor que traspasa cristales; así que, inspirada por ese Adonis de azabache, comienzo a ejecutar un juego morboso que lo pilla por sorpresa pero que acepta con sumisión de perro. Sonrío y le hago un guiño de ojos, el repite el gesto. Es el principio de una experiencia estimulante. Tan simple como tocarse como lo hace el otro y dejarse llevar hacia las profundidades de una imaginación sin límites.

¡Gracias Dios por dotarme de tan magnífico don! ¡Mis putas fantasías son la hostia!

Saco mi lengua y me relamo con toda la sensualidad que su figura plasmada en el espejo me provoca, introduzco un dedo en mi boca y lo chupo como si de su pene gordo y sabroso se tratara. Lo retiro lentamente, lleno de saliva, y comienzo a acariciar uno de mis pezones. Está tan duro que la sensibilidad al roce provoca que me arquee y emita un pequeño suspiro de desahogo. Él me imita y está tan cachondo como yo. Mario reclama su rol, quiere estar dentro de este trío intangible, así que se sumerge a estimular los puntos más erógenos de mi cuerpo. Me conoce a la perfección el cabrón.

Yo continúo frotando mis pezones, agitada. Y poco a poco comienzo a bajar hacia mi pubis de muñeca virgen, suave y rasurado. Contemplo fascinada como su mano negra empieza a descender también, emulando a la perfección el recorrido.

Toco mi clítoris, él coge su polla.

Lo masajeo con suavidad, él la frota con cuidado utilizando las palmas.

Le tiro un beso, él me lo devuelve.

Mi rubio preferido comienza a bombear con más intensidad.

Yo acelero el ritmo en la masturbación, y él negro se la casca con mayor potencia.

El turbo pre orgasmo se ha activado.

Los tres nos aceleramos y las respiraciones entrecortadas inundan la habitación incitando a una bacanal desenfrenada. Los testigos se acomodan en círculo y disfrutan de la escena tanto como nosotros. Gozamos, gemimos y explotamos en un clímax sin precedentes.

Nos quedamos un rato allí, sonrientes y satisfechos, rodeados de presencias agitadas.

Mario me susurra al oído: —¿Cómo haces para salirte siempre con la tuya?

Lo abrazo fuerte y lo beso con ternura.

—Los finales felices son importantes. Vamos a la ducha —contesto.

El negro está de pie, apoyado en el marco de la puerta. Levanta una mano, nos saluda y se marcha.

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