Apagar tu sed

Camino por el pasillo presurosa. Estoy impaciente, nerviosa y cachonda. Por fin el señorito se ha dignado a darme una cita, así que no puedo desaprovechar la oportunidad. Quiero verlo arrodillado y suplicante. Extenuado, sudoroso, jadeante…

El tanga nuevo es un poco incómodo, espero que me lo quite rápido.

Me detengo un momento, me acomodo la gabardina, inspiro y empujo la puerta. Creo que no me esperaba tan pronto porque su rostro denota sorpresa al verme. Y yo, yo…me muero por besarlo. Control Luci, todavía no. Está muy guapo, pero que sufra un poquito.

Lo saludo con la mano, desde la distancia, no debo tocarlo aún. El responde con una sonrisa, sin palabras. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez.

Su boca siempre ha sido el mayor placer en nuestros encuentros, y no puedo apartar la mirada de ella. ¡Mierda! Y esos besos, esos putos besos que me pierden vienen a mi memoria una y otra vez. Intento disimular el deseo. No quiero que se crea que me tiene en el bote, así, tan fácil.

—Hola —digo por fin.

—Hola. —Responde un poco turbado.

Disfruto mucho de este momento. Con lo descarado que es y siempre consigo que se le atraganten las palabras. A veces pienso que…

Concéntrate Luci. Vamos a lo que vamos cabrona, nada de sentimentalismos.

La enfermera, la de verdad, me prometió privacidad durante media hora, así que no hay tiempo que perder. Saco el altavoz del bolso, lo conecto al móvil mientras él me observa. ¿Avergonzado? Pero que idiota. Si interpretara esta mirada…

¡Hombres!

Acomodo todo sobre la mesita y le doy al play.

De pie, frente a la cama, comienzo a desabotonar la gabardina al ritmo de la música. Contoneo mis caderas, sensual, mientras dejo caer el abrigo. El uniforme sexy de enfermera cubre lo justo para dejar jugar a la imaginación. Es ajustado, minúsculo, escotado.

Me observa callado. Sé que desea mis caricias, tenerme cerca, olerme, pasar su lengua por mi cuello…

Decidida comienzo a tirar de la sábana que lo cubre, dejando al descubierto ese cuerpo que me vuelve loca. Su polla está dura bajo el boxer. Me escupo la mano y se la meto sin permiso. Froto su miembro con vehemencia mientras me siento a su lado. Mis pechos quedan a la altura de su rostro, y él, sin dudarlo se sumerge entre ellos. Los coge con fuerza y desliza el sujetador hacia abajo, dejándolos libres y erectos. Comienzo a friccionar su pene con fuerza, subo y bajo la mano al ritmo de su lengua sobre mis pezones. Que cabronazo, sabe que es mi punto débil. Sabe que me pone muy cachonda que me los chupen. Me aferro al borde de la cama y arqueo la espalda para exponerlos más a su boca, intentando alargar el momento. No quiero que deje de lamer.

—Bitcoin… —gimo suplicante.

Levanta su rostro y nos miramos sin tiempo.

Nos fundimos, por fin, en un largo beso. Húmedo, brusco, desesperado. Y puedo sentir el calor de sus labios, que tiemblan al rozar los míos. Intento ser suave. Su cuerpo no está para ser zarandeado, aún necesita recuperarse más para una maratón de sexo. Así que me aparto de él, para empezar de nuevo, sin prisas. Pero antes de ponerme en pie me coge de la mano con fuerza y me arrastra dominante. Su expresión ha cambiado, está muy excitado.

Dibujo una sonrisa maliciosa. Y el placer explota de repente, entre miradas y juegos cómplices.

Me subo a horcajadas sobre él y me froto en su entrepierna, lentamente. Quiero que sienta mi coño palpitar, caliente, empapado…

El besa mis manos, mis muñecas, y comienza la ascensión. El roce de la piel nos ahoga entre gemidos torpes y reprimidos. Discreción me pidió la enfermera.

Nuestra respiración desesperada implora penetración. Hace tiempo que esperamos este momento. Y estas ansias por poseernos nos asfixia, nos condena tan jodidamente a ese puto suspiro que le da sentido a todo.

¡A la mierda!

Luego repetimos y punto.

Necesito sentirlo dentro.

Aparto la braga húmeda y me ensarto con fuerza sobre su pene erecto, duro. Muy duro.

Me coge de la cintura con determinación y marca el ritmo del movimiento. Es el momento obligatorio, previo al desenfreno. El punto exacto en el que nos volvemos a ver.

Cabalgo con la fuerza de la pasión desbocada. Salvaje, perra, visceral. Clavo mis manos en su pecho para fundirme más en él y mis tetas rebotan desquiciadas. El olor a sexo inunda esa pequeña habitación de hospital.

El clímax se acerca, la respiración se acelera, el sudor nos envuelve ardiente y nuestros genitales encharcados explotan espasmódicos.

Me recuesto a su lado extenuada y él está pálido. Como me lo cargue me da algo.

—¿Te hago el boca a boca? —Pregunto con mala intención.

Sonríe sin aliento y me abraza. Creo que es un sí.

2 comentarios

  1. Gran relato. Engancha desde la primera frase !!
    Curiosa situación de la protagonista y al mismo tiempo cierta y real como la vida misma…

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